Todo pasa por algo, o al menos eso dice mi madre. Puede que tenga razón o no, nunca lo sabremos. Yo solo se que el karma me jode la vida una y otra vez, que cada vez que avanzo un minúsculo paso retrocedo dos… que digo dos, los suficientes como para salirme del país casi. En este mundo o comes o te comen, aplaudes o eres aplaudido, te ríes o se ríen. Es así, de extremos va la cosa. Hay personas que no hacen “ni el huevo” (bueno, aquí diré que yo tampoco se pero no me incluyo en esta categoría) y que tienen una vida llena de facilidades y comodidades. ¿Injusto? Yo creo que mucho, pero allá cada cual. Y luego personas que lo han dejado todo, para ganarse la vida y cuya comodidad para ellos es un mísero cartón y una “plaza” a las puertas de la Iglesia de Santa Ana.
Parémonos a pensar que si esa persona en su “palacio particular” tiene una media de 5-6 camas vacías, que solo el polvo las invade, y otra persona se está viendo obligada al mismo tiempo a buscar una postura no demasiado dañina y un lugar sin ningún peligro para “intentar” cerrar los ojos sin miedo, planteémonos, que algo falla. Es como una suma mal hecha, que la ves ahí y en cambio decides convencerte de que el resultado es el correcto cuando sabes muy certeramente que no lo es.
Y es entonces cuando se alinean los astros, cuando el pobre y el rico son meros personajes en fábulas y cuentos, cuando la felicidad es el único método de pago y cuando todos comen huevo a diario. Cuando el mal, es sólo la palabra que pronuncian los que no han aprendido a vocalizar la “r” y cuando el cartón se utiliza únicamente como forma de embalaje. Es ahí cuando en la puerta de la iglesia de Santa Ana, solo se respira paz y armonía, cuando delante de su puerta solo cabe verse sueños y pasiones, de esa gente que algún día soñó con ser mejor, soñó con un mundo distinto, con un puesto de trabajo digno, soñó con la felicidad.
PONLE HUEVOS A LA VIDA.
D.C
